Los momentos
de tristeza y soledad dicen que suelen ser los más proclives para escribir y,
es posible que sea así, pero no es menos cierto que cuando se suele escribir
así, la tinta suele ser muy negra, y su sabor amargo, quizás no más que otras
veces, pero en verdad lo parece. Dicen los que conocieron a Kafka que era este
su estado natural y, creo que puede ser el caso más paradigmático de ello:
todos los relatos que he leído de él tienen esa curva descendente que va de la
euforia al pesimismo más absoluto. Igual que su vida, que siguió el mismo camino
para terminar suicidándose. Son muchos los ejemplos que podrían ilustrar esto
que digo y es por eso que, cuando estoy en un estado de angustia, todo lo que
escribo suelo dejarlo para mí mismo. En infinidad de ocasiones, me he dedicado
a torcer versos sin que por ello me haya atrevido más que en una ocasión a
enseñarlos. El motivo, aparte de la intimidad es mi falta de acierto a la hora
de versificar. Tampoco quiero que penséis que no los publico por lo en ellos
expresado; es mas, si no los suelo mostrar es por la vergüenza que siento a la
hora de mostrar algo que, a mi entender, carece de calidad alguna. Unos y otros
forman parte de lo que llamo Escritos Desesperados, y que por una u otra razón
siguen en el cajón, lejos de la luz de otros ojos que no sean los propios.
Quizás, si pensase como lo haría al respecto el genial Borges, debería
elevarlos a la categoría de Diario, pero su falta de continuidad y su
atemporalidad, me conducen más a denominarlos picos y flecos de mi mente en
momentos de desesperación.
Jorge
Semprún, mi amado Semprún, siempre referente en mi modo de escribir, tardó más
de cuarenta años en poder escribir la que, para mí, es su obra cumbre y uno de
los pilares de mi vida y cosmovisión: “La escritura o la vida”. El motivo queda
claro en el título: era tan fuerte lo vivido que, si lo narraba, temía
terminar suicidándose como hizo Primo Levi. Es por ello que tuvo que esperar
cuatro décadas para comenzar a exorcizar fantasmas a golpe de pluma. Durante
todo ese tiempo, tuvo que luchar consigo mismo para refrenar ese ansia de
escribir sobre ello. Creo que todos los que gustamos del placer de escribir,
hemos sentido alguna vez algo parecido, pero en su prosa elegante y concisa,
puso voz a todos los que callamos por no saber expresarlo así. Es otro ejemplo
de escrito desesperado que luchó por salir y al final vio la luz.
Y hoy
quiero expresar en voz alta, y esto es lo más parecido a levantar la voz que yo
conozco, que hay muchas veces que el alma grita y explota en el océano blanco
de un folio; que necesito de estos escritos muchas veces para no volverme loco;
que el sufrimiento no aminora, pero estas torpes letras, carentes de calidad en
muchos casos, me ayudan a comprender y a comprenderme mejor. Y solo por esto,
creo que merece la pena escribir estas líneas, por y para aquellos que, como
yo, alguna vez hemos emborronado un folio, sin preocuparnos de si sale más o
menos bonito, con la simple pretensión de apaciguar un tanto un alma cansada,
dolorida, aterida y sola, en un rincón temblorosa, que se encuentra huyendo de miedos propios y
extraños que la alejan de ese lejano puerto que muchos llaman vida.