Esta noche vi un duende, asomado a la ventana. Tenía los ojos grises, y la barba ya cana. Pasaba la noche en vela, recordando el mañana; el atardecer y la brisa, y las risas de madrugada.
Esta noche vi a un duende, mirando la luna llena, tiñiendo la noche en sangre, con olor a hierbabuena. Quemando en una hoguera el incienso del poema; naufragando en el aroma de las últimas condenas.
Las palabras son condenas y los silencios fronteras; fronteras que nos conducen hacia el olvido y la pena.
Esta noche vi a un duende escuchando el reflejo, de la canción del silencio y de los sueños deshechos. El mar se iba llevando, el pueril tintineo; repiqueteo cadente, con el fuego de mil besos.